Me miro en el espejo y sólo siento un profundo desprecio hacia lo que veo. Un rostro delgado, de cejas pobladas y mirada profunda, frente recta y cabello castaño oscuro, un rostro bien proporcionado, hasta armónico, y bello. Pero siento desprecio por él, siento desprecio por lo que soy, por lo que fui, por lo que seré.
Estoy condenado por mis actos, o quizá por la ausencia de éstos, a cargar con el peso de mi conciencia por el resto de mis días, la soledad será mi cruz, y el odio que siento por mi mismo mi corona de espinas. Frente a mí veo una hilera de personas, todas ellas con la mirada fija en mi, irascibles todas ellas, ardientes de deseos de acabar conmigo y con mi ya por sí sola condenada existencia. Cada vez que mi mirada se cruza con algún par de ojos un latigazo de dolor, de asco, de repulsión me azota inclemente, me duele, porque yo siento exactamente lo mismo que esa multitud de ojos que me miran. De todos esos pares de ojos, los más dañinos, los que causan el dolor más profundo, son los míos, reflejados en el espejo, marrones, prendidos en ira y resentimiento que a veces parecen rojos; cada vez que parpadeo, dos cuchillas inmensas de acero pulido laceran mi cuerpo, laceran mi alma. Donde quiera que pose mi mirada, ahí habrá un par de ojos para recordarme lo miserable que soy.
De pronto veo un par de ojos, no me odian, no, ni me desprecian, en esos ojos veo algo que no entiendo, simplemente algo distinto, algo que no había visto en mucho tiempo y que ya he olvidado después de tantos años de incansable castigo. Me acerco, pues puedo caminar, pero es algo que no acostumbro, cada paso es como caminar en sobre brasas calientes y como si me despellejaran las espalda, pero camino, soportando el dolor, tan intenso como siempre, tan monótono como siempre, tan doloroso que ya no me importa, no soy inmune al dolor, pero soy indiferente a él. A medida que me acerco, voy distiguiendo el rostro, es un rostro risueño, regordete y de mejillas rojas de rubor; pero si yo puedo distinguirlo ella también y es evidente que ha visto mi rostro de sufrimiento, enarca las cejas, unas cejas oscuras, perfectamente delineadas.
- ¿Qué tienes?- me dijo.
- ¿Quién eres?, ¿Por qué me miras así? - pregunté yo omitiendo la pregunta que me había hecho.
- ¿Qué tienes? - repite ella.
- No tengo nada. -
- Porque no quieres tenerlo. -
- Quiero dejar de sufrir, pero no puedo porque merezco sufrir y he de pagar mis deudas. -
- No tienes a nada, porque te niegas a quererlo. -
- ¿Quién eres? -
- Soy Lanizorliabeh.-
- No sé quién es Lanizorliabeh.-
- Soy yo. -
Desaperció fugazmente, no la vi nunca más, no comprendí nada de la breve conversación que sostuve, sufrí y sufrí y sufrí. Mucho tiempo después, si es que acaso el tiempo pasa a algún ritmo en el estado en que me encuentro, volví a ver ese par de ojos extraños.
- Aún no aprendes. - me dijo.
- No tengo nadie quién me enseñe.- repliqué.
- No tienes nada porque te niegas a quererlo. -
- No tengo nada porque no merezco nada. -
- Aún no aprendes. -
Se esfumó de nuevo. Mi vida siguió siendo igual de monótona, dolor, sufrimiento, el espejo, los ojos, desgarros y fracturas, día trás día; sólo que a ese miserable compás monótono que era mi existencia se agregaron unas nuevas notas, los ojos gentiles y los diálogos inconexos, "aún no aprendes", "no tienes nada porque te niegas a quererlo". Algo nuevo, pero se repetía vez tras vez, un ciclo infinito donde siempre pasaba lo mismo.
Un día, aparecieron los ojos, pero esta vez no fui a buscarlos, no le hablé, ni siquiera los vi. Desaparecieron como siempre, diciendo lo de siempre. Al fin de cuentas algo podía hacer para alterar la monotonía. La siguiente vez que se manifestaron los ojos gentiles, corrí hacia ellos, me detuve a cinco centímetros y escuché.
- Vas aprendiendo. -
No dije nada, di media vuelta y corrí en dirección opuesta, por un pasillo lleno de espejos, unos grandes, otros pequeños, unos completos y otros destrozados, todos me reflejaban corriendo y sangrando, yendo siempre hacia adelante; cuando me detuve, los ojos gentiles estaban ahí, parpadearon, la dulce boca, de carnosos labios rosados dijo:
- Estás aprendiendo, muy bien. -
- No estoy aprendiendo nada, estoy cumpliendo mi condena. -
Quedé solo, sólo que esta vez del oscuro complejo donde estaba encerrado, una abertura del tamaño de un grano de arroz se abrío y un pequeño rayo de luz irrumpió, acostumbrado a la oscuridad, aqué rayo me cegó, y permaneció ahí sin desaparecer. Ora intenso ora más tenue, alcancé a deducir que sería la luna y el sol, así que ahora podía contar los días. Para mi sorpresa, el reloj de tiempo que tenía en mi mente era increíblemente exacto con la realidad.
Cada dos días aparecían los ojos gentiles, y cada dos días hacía algo distinto cada vez que los veía y cada vez un nuevo agujero se abría en el techo. Un día los ojos me dijeron,
- Has aprendido mucho, pero aún no comprendes. -
- Creo que he encontrado el patrón que rige esto. -
- Encontrarlo no significa entenderlo. No te conformes con lo que ves, con lo que oyes, o con o que sientes. -
- ¿Y en qué si no?.-
- Tu mente. -
Mi mente, mi mente, mi mente, resonaba en mi cabeza. Mi mente se esforzó, se aplicó en conseguir resolverel acertijo de los ojos gentiles. Pensé, -Ojalá estuviera aquí la chica de los ojos.- ; la chica apareció, me tocó el hombro y dijo:
- Eso es, tu mente. -
- ¡Mi mente!. -
Irrumpió en mis neuronas la idea, la respuesta al acertijo, en mi mente están las respuestas. Deseé que cada par de ojos y cada persona sonrieran, y sonrieron; por primera vez los músculos de mi cara se contrajeron para esbozar una sonrisa. Aún duele, pero la satisfacción de resolver el acertijo, de tener la verdad en mi poder me llenaba de júbilo, esta deseoso de cambiar todo que mi dolor y mi miserable cuerpo podían esperar. Ordené que caminaran y caminaron, ordené que se abrazaran y se abrazaron... - Que tengan conciencia y libre albedrío.- Y la gente caminó por su cuenta, sonrió por su cuenta, ¡me hablaban!, ¡reían conmigo!.
-¡Deseo que todo esta oscuridad se llene de luz, que los árboles crezcan, que los animales vivan por doquier, deseo que la gente sea feliz!. -
Y todo esto ocurrió, pero yo seguía sintiendo dolor. La chica de los ojos gentiles me dijo muy despacio:
- Has aprendido y has entendido, has dado vida y conciencia, has dado hábitat y bienestar. Pero te olvidas de lo más importante. ¡No tienes nada porque no quieres tenerlo!. -
- ¡Te quiero a ti!. - dije en un arranque de sentimientos, de profundos sentimientos.
- ¡Y aquí me tienes!.-
La besé y el dolor desapareció.
1 comentario:
Ejejeiiiii (Risa de viejo)
Publicar un comentario