domingo, octubre 14, 2007

Angelum ignis.

Miró a su alrededor y todo eran llamas, el fuego abrazaba todo cuanto estaba a su alcance, el aire hervía y el hedor a carne y cabellos quemados inundaba la habitación entera, o lo que quedaba de ella. En medio de aquella vorágine desenfrenada yacía él, mirando desconsoladamente lo que quedada aún en pie mientras el rojo y anaranjado fuego lo consumía todo vorazmente.

- ¡Qué hermoso es! - se dijo en un grito ahogado por la tos que le producía el denso humo.

Su piel ardía, sus cabellos ya hacían fugaz combustión, pero él seguía maravillado con aquél potente fuego que le envolvía. Sus pestañas desaparecieron y ya sus ojos no veían nada, sin embargo su boca todavía balbuceaba admiración por lo que había dejado de ver. El dolor era intenso, si bien no gritaba de dolor, sus músculos sí lo hacían silenciosamente, tensándose, contrayéndose hasta sus límites.

Un ataque de tos precedió a lo inevitable, las contracciones eran intensas y no se detenían, sus músculos actuaban con toda su fuerza tratanto de expulsar el humo de sus pulmones; pero ya era demasiado tarde. Él se dio cuenta, y con un súbito impulso se relajó; su desfigurado rostro asomaba una tímida sonrisa, la sonrisa de un hombre que cumple su más ansiado sueño. Trascender.

La noche cayó y dejó paso a la portentosa luz del sol, que no hizo más que mostrar un paisaje negro, carbonizado, y apenas humeante. Todo cuando pudo arder lo hizo hasta sus elementos más básicos. Todo lo que allí estaba se bañó en la temperatura y se entregó a los brazos del fuego, purificador y verdugo, inclemente y bárbaro, indócil.

- ¡Vaya que si ardió! - Dijo con una sonrisa petulante Budco Pringet.
- ¡Ya lo creo! -

Eric Ynos asintió gravemente, con los ojos mirando al vacío, pensativo. La escena se le hacía familiar, algo le sonaba en la enmarañada red que formaban sus pensamientos. Algo había, algo había allí que le tocaba algo en su mente. Y lo iba a averiguar...

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