No la conocía, no tenía idea de quién era ella, pero a pesar de eso la sentía tan suya y tan íntima que le aterraba que aquellas sombras pudiesen lastimarla. Se sentía asfixiado, algo le ataba a una fría pared metálica, no podía acompañarla, ella estaba sola y él sin poder hacer nada jadeaba desesperado por salvar algo que ni siquiera sabía si era real.
De pronto, retumbando descendió una silueta luminosa, su luz era dorada y podía sentirla bañando su rostro, por lo que apenas podía ver era una persona con grandes alas a su espalda, portaba una gran cimitarra de cristal en sus manos. El ente se posó apenas con la punta de los pies en el suelo y con el primer contacto todas las sombras desaparecieron arrasadas por el fuego de la luz y los cánticos tétricos fueron destruidos por el imponente silencio. Avanzó, dejaba llamas blancas a su paso, se dirigía hacia a la mujer en el centro de la habitación. Aunque no veía su rostro él sabía que aquel ente la miraba fijamente, también sabía que aquella mirada la quemaba, le hacía daño.
Mientras intentaba zafarse para correr en socorro de aquella mujer alta, el ser alado detuvo su marcha a unos cuantos palmos de la doncella; tomó su cimitarra con las dos manos y la blandió de un lado a otro; parecía que calibraba el tajo final. - ¡Listo, me he soltado! - pensó él, mientras corría raudo hacia la bella mujer. La cimitarra estaba en lo más alto, detenida, la más leve brisa la haría caer; entonces, el ser dorado con un súbito espasmo dejó caer con todas sus fuerza la cortante hoja. Todo se llenó de blanco, todo resplandecía y castigaba sus ojos; no veía nada, no había nada...
El sudor manaba a borbotones desde lo profundo de su dermis, estaba bañado en una charca; a pesar de dormir mucho se sentía agitado, no sentía el reparador efecto del sueño profundo. Recordaba cosas que no le eran familiares, pero que sin embargo sentía haberlas vivido antes. Sonó el despertador y con él, murió el sepulcral silencio de su cuarto.
Estaba aturdido, con la boca pastosa; no recordaba nada, excepto a una chica alta de cabellos rizados y negros. Caminó como un autómata, los ojos entreabiertos y yendo a tientas. Se detuvo en un punto de su trayecto, no sabía el por qué, simplemente se giró, subió las manos y abrió un grifo. El agua corrió por largos minutos y él permanecía inmutable. Juntó las manos y las llenó con agua y se las llevó a la cara. Ahora ya veía y sus ojos ardían, los abrió y se vio en un espejo.
Recordó. Aquella grotesca escena que tenía en la cabeza fue sólo un sueño. A pesar de eso aún tenía a aquella mujer de bello rostro en su mente, como una imagen indeleble. Examinó todo sus alrededores y vio un marco que contenía una fotografía con una inscripción escrita en ella.
En la foto aparecía una pareja, un hombre y una mujer, por lo que acababa de ver en el espejo el hombre de la fotografía era él, se veía feliz. Pero no era él ni su aspecto lo que le llamaba tanto la atención en aquella foto, era la mujer con quien posaba. - ¡Sí! - se dijo. Era la misma mujer del sueño. Un sentimiento de alivio le invadió todo su cuerpo. Comenzaba a llenarse el vacío de su mente.
Leyó la inscripción:
"Lucía Celeste Pinto de López †
Q.E.P.D
11 de febrero de 1986 - 28 de abril de 2015
Estarás siempre conmigo, junto a mí igual que en esta fotografía.
De tu esposo quien te quizo, te quiere y te querrá por siempre
ab imo pectore.
Damián Alfonso López Ramos.
Cádiz, 28 de abril de 2015"
Q.E.P.D
11 de febrero de 1986 - 28 de abril de 2015
Estarás siempre conmigo, junto a mí igual que en esta fotografía.
De tu esposo quien te quizo, te quiere y te querrá por siempre
ab imo pectore.
Damián Alfonso López Ramos.
Cádiz, 28 de abril de 2015"
Al terminar las últimas letras, sólo lágrimas brotaban de sus ojos y resbalaban por sus mejillas. Cayó al suelo sin fuerzas. Rompió en llanto.